jueves, 1 de febrero de 2007

APODOS DE LOS REYES DE ESPAÑA. José María Solé.




José María Solé, Apodos de los Reyes de España, Madrid, La Esfera de los Libros, 2007. 392 págs., 22 euros.

EL APODO DEL REY: juzgar al hombre por el nombre.
Esta obra es un completo catálogo de los apodos de nuestros soberanos, desde los primeros monarcas asturianos hasta Alfonso XIII El Africano, pasando por El Gotoso, El Diácono, El Fratricida, El Velloso, El Craso, El Leproso, El Malo, El Impotente o El Noble, catálogo que da pie a rememorar las biografías de todos esos personajes que han hecho y deshecho España, a lo largo de mil trescientos años.
Las monarquías hacen girar el poder alrededor de una persona, y siendo el nombre uno de los atributos de la personalidad, el nombre del rey siempre ha sido uno de los pilares de la construcción jurídica y política de las naciones. Incluso hoy, en España, la Constitución (art. 117) dispone que la Justicia se administra en nombre del Rey.
La historia del poder es la historia de la propaganda y apodo viene del latín putare, es decir, juzgar. En consecuencia los apodos, como todos los humanos juicios, reflejan intereses e impresiones, y podrán ser justos o injustos pero suelen ser a posteriori y responden a la necesidad partidista de ensalzar o de incriminar lo presente en función de lo pasado.
El apodo lisonjero o escabroso no responde tanto a la imagen que el Rey daba de sí mismo como a la que se quería dar de él. Así, Fernando VII, El Deseado para sus partidarios, fue El Felón para sus detractores.
Los propagandistas siempre se han servido del apodo del rey —su imagen verbalizada— para alabar o para difamar, de ahí que al enfrentarse Pedro I con su hermanastro Enrique de Trastamara, unos llamaban a Pedro El Cruel y los otros El Noble, mientras que a Enrique le tocaron en el reparto El Bastardo, El Fratricida y El de las Mercedes, todos ellos bien merecidos, por cierto.
El problema que nos plantea la pervivencia de los apodos es gravísimo: ¿cómo recuperar al hombre que se oculta detrás del nombre, al personaje real difamado o ensalzado por los siglos de los siglos en virtud de un mote? El libro de Solé es particularmente oportuno en este sentido, y lo mismo sirve para recuperar la Memoria Histórica como para superar la damnatio memoriae, cuestiones siempre actuales.
Luis Español
La Aventura de la Historia nº 100, febrero 2007, pág. 186