martes, 1 de enero de 2008

EL MUNDO CLÁSICO. Robin Lane-Fox.




Robin Lane-Fox, El Mundo Clásico, Barcelona, Crítica, 2007, 840 págs. 36 euros

NUEVA MIRADA SOBRE LA ANTIGÜEDAD: una modélica muestra de la mejor producción historiográfica anglosajona.
Los libros gordos siempre despiertan el temor al mamotreto. Sin embargo el voluminoso ensayo de Robin Lane-Fox es una obra que no sólo se lee sino que se disfruta. No hay novela de Dumas que pueda compararse con la intriga que se va desarrollando a lo largo 56 capítulos que cubren mil años de historia, desde los albores de la cultura griega hasta Adriano. Los lectores más exigentes disfrutarán con la nota oportuna y las innumerables cuestiones que el autor va planteando a lo largo de 718 páginas de texto, sin contar otras cien de notas, bibliografía e índices. Todo el circo de la Antigüedad greco-romana desfila ante nuestros ojos: Homero, Atenas y sus filósofos, Esparta, los Persas, Alejandro, la India helénica, los elefantes de Pirro, Aníbal, los Gracos, Pompeyo, batallas, efebos, academias, emperadores, orgías, historiadores, matronas, mártires, héroes y prostitutas. Sólo por eso, merecería la obra de Lane-Fox considerarse como uno de los grandes libros del año. Pero hay más; a lo largo de su trabajo, el autor reflexiona constantemente sobre conceptos como “libertad”, “justicia” y “lujo” y su relato está lleno de enseñanzas acerca del hoy y quizá del mañana. La actual descristianización, paralela al culto al cuerpo y a la juventud, nos aproxima cada vez más al perdido mundo de Antinoo. La pasión por el Hipódromo ¿no era un precedente de nuestro fútbol? ¿Y acaso no vivimos hoy, como en la Roma imperial, una elección entre libertad y orden?
La gran cualidad de la historiografía británica consiste en la seguridad de sus autores, que no teniendo ya que demostrar nada, se permiten escribir con fluidez, libertad y un sentido del humor que siempre se agradece. Al maestro británico no le importa pasar por excéntrico y nos confiesa que le gustaría ser enterrado en algún lugar de Macedonia en compañía de sus caballos o se permite calificar a Julio César como “dictador funesto”, opinión tan discutible como bien argumentada. Es igualmente criterio personalísimo del autor no ir más allá de Adriano o dedicar mucho más espacio a Plinio el Joven que al emperador Tiberio. Lane-Fox insiste en una visión personalista de la Historia: los acontecimientos parecen depender más de voluntades individuales que de tendencias y estructuras previsibles.
Texto tan enjudioso merecía una buena traducción, y la mitad por lo menos del placer de la lectura se debe a la excelente versión de dos grandes profesionales, Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda Gascón.

Luis Español
La Aventura de la Historia nº 111, enero 2008, pág. 117