domingo, 3 de enero de 2010

AURELIO PÉREZ: EL NATURALISTA. Aurelio Pérez


Aurelio Pérez Gómez, Aurelio Pérez: el naturalista, Madrid, Fundacion FIDA, 2008. Existe reimpresión Madrid, Ed. Clan, 2009, 442 págs. 37,50 euros
LA MEMORIA VIVA DE UN MAESTRO DE LA CETRERÍA.
Las memorias de Aurelio Pérez (1935-2008) constituyen un libro ejemplar por muchos motivos como la sencillez en la expresión y la sinceridad que se traduce en la fluidez del discurso. Sin  pretensiones literarias, se limita esa obra a dar testimonio de una vida fuera de lo ordinario, es decir, extraordinaria.
Imagínense a un rapaz al que su padre da a elegir entre ser cura y ser pastor.
Como los curas no pueden casarse, el chico elige ser pastor; lleva yeguas y trae ovejas al alimón de la trashumancia; hace de jornalero para el Icona, durante las repoblaciones, y trabaja en la vendimia; hace la mili en tiempos en que la mili no era ninguna broma; emigra a Barcelona donde se dedica a trabajar de peón, abriendo zanjas, y luego a Madrid, de oficinista. Pasar de manejar ovejas a teclear una Olivetti no es precisamente algo habitual; indica ya una capacidad de adaptación notable ante los desafíos de la vida. Pero lo extraordinario viene después. Un tío suyo, controlador aéreo, le presenta a un joven dentista burgalés, maestro de cetrería, que está poniendo en pie el control de las aves del aeropuerto por medio de halcones: hablamos, claro está, de Félix Rodríguez de la Fuente.
Allí se inicia una estrecha colaboración de don Aurelio con el grandísimo Félix que sólo terminaría con la trágica muerte del segundo. Aurelio aprendió los rudimentos de la cetrería pero pronto superó a sus maestros y al cabo del tiempo consiguió auténticas proezas, criando águilas y enseñando a un alimoche cómo mediante una piedra se puede cascar un huevo de avestruz. Nos cuenta Aurelio detalles de su trabajo con Félix, revelando los intríngulis de la producción e hilvanándolo todo con el relato de algún disgusto y de grandísimas satisfacciones. La sinceridad de Aurelio le impide ocultar algunos recuerdos amargos, pero no importa: los millones de españolitos que nos hemos criado con la impresión en la retina de aquel águila llevándose por los aires a una cría de chivo, no queremos saber que todas las imágenes tienen truco, ni si el reparto se llevaba bien o mal con el director.
 
Precisamente, esa escena del águila se debe a Aurelio. A Félix le salió redonda aquella serie de El Hombre y la Tierra, la más internacional y exitosa de las que produjera jamás TVE. Félix además de naturalista, etólogo y comunicador fue sobre todo un jefe, con sus malas pulgas, sus peloteras, todo un carácter; pero un jefe, de esos a los que obedeces con gusto porque te transmiten seguridad: sabes dónde quieren llegar y qué quieren obtener. El libro de Aurelio, lejos de la vulgar lisonja hagiográfica tributa a la memoria de Félix la hermosa flor de la verdad.
Los capítulos del libro que tocan la España de las décadas de los cuarenta y cincuenta son particularmente interesantes como aquellos en que Aurelio proporciona detalles acerca de su infancia en un pueblecito de los de antes, con su tradicional matanza del cochino, y el pastoreo. Los pastores no suelen escribir libros, de ahí que el de Aurelio sea tan valioso. Es un libro lleno de sabor que nos habla de otra España, una España rural, una España real con sus muchas vueltas y entresijos, con sus marqueses y terratenientes, sus pobres, sus costumbres, su mies y los autobuses de la Camerana. [...] Mario Camus, que constituye junto a Garci y Armiñán la Santísima Trinidad del mejor cine, el cine de la sensibilidad, de la persona y de la melancolía. prologa el libro de Aurelio al que conoce desde el rodaje de Los Santos Inocentes. Y es que Aurelio era el naturalista, el hechicero más bien, que conseguía que la milana bonita se posara sobre el hombro de Paco Rabal.

Aurelio representa en su vitalidad las virtudes de las que se nutre el verdadero liberalismo. El liberalismo, para funcionar, necesita de esa actitud positiva, que consiste en buscar uno mismo salida a las dificultades de la vida. Y el padre del pensamiento ecológico moderno fue precisamente un gran liberal, Henry Thoreau, creador del concepto de resistencia pasiva, nada menos. La Naturaleza es diversidad y nadie puede comprenderla ni estudiarla si no abre su mente. Decidme en qué economía planificada podrías pasar de pastor a obrero y de oficinista a halconero y profesor de alimoches en una sola vida. Ese es, también, el ejemplo de Aurelio Pérez.
Luis Español Bouché
Versión resumida de "Homenaje a Aurelio Pérez" publicado el 5.2.2008 en Asturias Liberal